Y aquel verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (y vimos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
Juan 1: 14
Estamos celebrando las navidades. Una vez más, nos preparamos para disfrutar esta anhelada ocasión. En el medio del típico y agotante torbellino de actividades que caracteriza la época, pienso yo: ¿Que estamos realmente celebrando? ¿El nacimiento de Cristo Jesús, o el muy esperado rompimiento de la monotonía invernal?
Hasta que grado asimilamos la verdad, la única verdad: Cristo es la navidad, y sin El no existiría esta celebración anual tan esperada.¿Cuantos creen que tiene que haber algo más que lo que vemos con nuestros ojos carnales? ¿Algo más que la prisa, el costoso y agotante tiempo de compras, visitaciones, celebraciones; algo que en muchos casos es responsable por el aumento de ansiedad, estrés y depresión en nuestro ambiente?
Aunque el aire esta saturado de música navideña, pocas canciones tienen que ver con la verdadera razón para la celebración. La mayoría se enfocan mas en las añoranzas del tiempo pasado que con la alegría del nacimiento del Hijo de Dios. Estas canciones enfatizan el amor, alegría y gozo que supuestamente nos inundan estos días y nos exhortan a sentir estas cosas mientras nos agotamos tratando de hacer todos los preparativos a tiempo.
Cuando nos preguntan si estamos “preparados para la navidad” normalmente quieren decir: ¿ya terminaste de comprar los regalos y sorpresas para cada persona en tu lista? ¿Compraste todo lo necesario para la cena pascual y navideña? ¿A lo cual yo me pregunto: es esto lo que nos da la navidad? ¿Cansancio agotador después cuatro o cinco semanas de afán continuo? Yo prefiero pensar que en verdad hay algo mas, mucho mas valioso y maravilloso, algo mas durable en nuestros corazones que la comercialización que nos rodea.
¿Podría ser que esta celebración es el recordatorio de un evento monumental en la historia humana? ¿Podría ser que realmente celebramos esta verdad imperial: Cristo, existió, vivió y murió por nosotros, pago la deuda que nosotros no podíamos pagar, cambiando así nuestro destino eterno? ¿Podría ser que en realidad este precioso regalo, que nos fue dado tiempo atrás por nuestro Padre Celestial, es hasta ahora lo único que puede llenar nuestro corazón de contentamiento?
¿Pensándolo bien, sin Jesús, que es lo que estamos celebrando? No creo que se necesite ser un genio para descifrar esta verdad. Su eterno y supremo amor por nosotros es lo único que puede llenar el vacío del corazón humano del gozo verdadero, del gozo que transciende a la eternidad. Nada comprado en tiendas, o adquirido con esfuerzo humano puede compararse con esa interna, dulce y tranquila quietud que llamamos “ paz”. No cualquier paz, sino la que Cristo nos dio cuando estuvo con nosotros, cuando dijo: “Mi paz os dejo, mi paz os doy, yo no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo,” Juan 14:27
Verdaderamente, esa es la paz que sobrepasa todo entendimiento. La que permanece en lo mas profundo de nuestro ser cuando somos sorprendidos con la negatividad que es a menudo parte de nuestras vidas. La paz que no desaparece cuando la desgracia se presenta a la puerta, cuando lo inesperado ocurre. En el medio de lo que parece ser un caos, sentimos que el Todopoderoso está con nosotros, que no hay que temer. ¡Que de alguna manera, todo esta bajo Su control y El nos sacará adelante!
Jesús dijo en Juan 14:6, “Yo soy el camino, la verdad y la vida y nadie viene al Padre si no es por mi.” De acuerdo a esta declaración del Señor, cualquiera que piense que puede ir al Padre por otro camino esta equivocado y se engaña a si mismo. Esa fue la razón por la cual Jesús vino a este mundo, a pagar el precio del rescate de una humanidad perdida por el pecado, y entregarle la herencia eterna que el Padre nos preparó desde antes de la formación del mundo. Gloria a Dios por Jesús! En verdad, El es nuestra única esperanza de gloria.
A veces, imagino una conversación entre el Padre y Jesús: “Hijo, el hombre que creamos a nuestra imagen y semejanza ha caído tan bajo que solamente nosotros mismos podemos rescatarlo y prepararlo para heredar este perfecto lugar que preparamos para el.”
Imagino a Jesús contestándole: “Bien Papi, envíame a mi, yo lo haré.”
Entonces imagino al Padre sonriendo: “Gracias Hijo. A tu regreso te daré el trono, y un nombre que será sobre todo nombre, un nombre ante el cual toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que “Jesucristo es el Señor” para Mi gloria.”
Ante tan bella revelación, solamente puedo decir: ¡AMEN!