Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.
Salmo 84:2
¡Quan ciertas son estas palabras para mi!
Creo que como su máxima creación, nosotros Sus hijos, tenemos un deseo natural y muy profundo de sentir Su presencia en nuestros corazones. Para eso hemos sido amorosamente creados por El.
Deseo santo que se deja sentir espontáneamente en cualquier lugar y en cualquier tiempo.
Meditando en mi vida pasada (antes de nacer-de-nuevo) recuerdo que muchas veces, en el medio de la festividad del momento, repentinamente me sentia sola, y fuera de lugar. Rodeada físicamente de gente, mi alma no se daba por enterada. Pensamientos ajenos a la ocasión se apoderaban de mi mente.
Recuerdo un episodio en particular: Una noche de gala en el club donde asistimos como familia por muchos años. Me preparé con esmero y por un breve momento estuve satisfecha con el resultado: El peinado estaba perfecto y el traje muy hermoso. La gente al mi alrededor decian cosas lindas cuando me saludaban. Para colmo, mi esposo en voz audible confesó que le gustaba mi vestido. ¡Un pequeño milagro, en mi opinión!
Y aun en medio de esta hermosa escena (de acuerdo al mundo) mi aparente felicidad terminaba pronto. Era reemplazada por pensamientos tenebrosos. ¿Les agradaría yo a los demas si no estuviera vestida tan bien? ¿Que pasaria con su aprovamiento de mi si de repente yo fuera pobre como cuando crecía, y usaba trajecitos humildes y sencillos? ¿Aún me estimarían? ¿O mas bien estimaban mi aparente prosperidad? ¿O que culpa tenia yo o cualquiera de ser pobre? ¿Y aún cuando yo me pudiera conservar en esta prosperidad, llenaria eso el vacio de mi alma? Obviamente para mi la respuesta era negativa.
Verdades profundas aprendidas en mi infancia resonaban en mi mente. Insistentemente se registraban estos pensamientos: “Vanidad de vanidades y todo es vanidad” “¿De que le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” Estas frases la habia oido toda mi vida y se habian encrostado en el fondo de mi corazón. Meditando llegue a esta conclusión dentro de mi: Todo esto que mi ser percive pasará: ¿Y donde irá mi alma cuando cierre mis ojos por ultima vez? ¿Y para que sirve todo este afan? Quedará atras cuando me vaya, y me conteste a mi misma: Tiene que haber algo mas. Esta búsqueda comenzó temprano en mi vida. Mamá me llevó a la iglesia Católica Romana (la única en mi pueblo). Queria conocer a Dios. Lo buscaba donde yo creía lo podia encontrar: Todas la mañanas en la misa y por las noches en el rosario. Asistía a todas las celebraciones y a los retiros en los conventos, pero no podia sentir lo que yo anhelaba sentir. Temores e inseguridad me perseguian.
Muchos años después, como esposa y madre, traté de indentificar estos sentimientos de nostalgia y soledad que aun me acompañaban. Ahora como cristiana nacida-de-nuevo, les puedo decir que para mi todo lo que el mundo puede ofrecer: Sean riquezas, lujos, belleza, poder y triunfos no estan diseñados para llenarnos y saciarnos. No pueden penetrar a la parte más profunda de nuestro ser. Tampoco la Religión (esfuerzo humano de conocer y complacer a Dios) puede llenarnos del amor, gozo, y paz; que solo podemos sentir y disfrutar cuando tenemos una Relación (trato de Dios con el hombre). Solo a travez del Precioso Espiritu Santo podemos tener comunicación con el Señor, y sentir todo aquello para lo cual El nos creó.
Dios nos ofrece esto gratuitamente. Sencillamente pediendole a Jesús, su único Hijo, que sea el Salvador y Señor de nuestras vidas cualificamos automaticamente para una herencia eterna. Un legado precioso creado por Dios para nosotros desde antes de la fundación del mundo. Nosotros tenemos el derecho (libre albeldrio) de rehusar o aceptar Su generosa oferta. La decisión es individual.